El papa emérito Benedicto XVI ha fallecido

El sábado 31 de diciembre de 2022 el papa emérito abandonó este mundo para reunirse con el padre.

Muy pronto me presentaré ante el juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga vida, me siento, sin embargo, feliz porque creo firmemente que el Señor no solo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado. En vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este respecto, recuerdo constantemente lo que dice Juan al principio del Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Pero el Señor, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: «¡No temas, soy yo!» (cf. Ap 1,12-17)”.

Así escribía Benedicto XVI en su última carta, el 6 de febrero pasado, al final de unos dolorosos días «de examen de conciencia y reflexión», sobre las críticas que se habían vertido contra él por un asunto de abusos cuando era arzobispo de Múnich, más de 40 años antes.

San Francisco de Asís

(Giovanni di Pietro Bernardone; Asís, actual Italia, 1182 – id., 1226) Religioso y místico italiano, fundador de la orden franciscana y patrono de Italia. Casi sin proponérselo lideró San Francisco un movimiento de renovación cristiana que, centrado en el amor a Dios, la pobreza y la alegre fraternidad, tuvo un inmenso eco entre las clases populares e hizo de él una veneradísima personalidad en la Edad Media. Su sencillez y humildad, sin embargo, acabó trascendiendo su época para erigirse en un modelo atemporal, y su figura es valorada, más allá incluso de las propias creencias, como una de las más altas manifestaciones de la espiritualidad cristiana.

Del lujo a la pobreza

Poco después, en 1206, tuvo San Francisco su primera visión. En el pequeño templo de San Damián, medio abandonado y destruido, oyó ante una imagen románica de Jesucristo una voz que le hablaba en el silencio de su muda y amorosa contemplación: «Ve, Francisco, repara mi iglesia. Ya lo ves: está hecha una ruina». El joven corrió a su casa paterna, tomó unos cuantos rollos de paño del almacén y fue a venderlos a Foligno; luego entregó el dinero así obtenido al sacerdote de San Damián para la restauración del templo.

Esta acción desató la ira de su padre; él vio ahora en aquel donativo el perjuicio del patrimonio que tantos sudores le costaba. Por ello llevó a su hijo ante el obispo de Asís a fin de que renunciara formalmente a cualquier herencia. La respuesta de Francisco fue despojarse de sus propias vestiduras y restituirlas a su progenitor, renunciando con ello, por amor a Dios, a cualquier bien terrenal.

A los veinticinco años, sin más bienes que su pobreza, abandonó su ciudad natal y se dirigió a Gubbio, donde trabajó abnegadamente en un hospital de leprosos; luego regresó a Asís y se dedicó a restaurar con sus propios brazos, pidiendo materiales y ayuda a los transeúntes, las iglesias de San Damián, San Pietro In Merullo y Santa María de los Ángeles. Pese a ello, aquellos años fueron de soledad y oración; sólo aparecía ante el mundo para mendigar con los pobres y compartir su mesa.

La llamada a la predicación

El 24 de febrero de 1209, en la pequeña iglesia de la Porciúncula y mientras escuchaba la lectura del Evangelio, Francisco escuchó una llamada que le indicaba que saliera al mundo a hacer el bien: así se convirtió en apóstol y, descalzo y sin más atavío que una túnica ceñida con una cuerda, pronto atrajo a su alrededor almas activas y devotas. San Francisco de Asís predicaba la pobreza como un valor y proponía un modo de vida sencillo basado en los ideales de los Evangelios. Hay que recordar que, en aquella época, otros grupos que propugnaban una vuelta al cristianismo primitivo habían sido declarados heréticos, razón por la que Francisco buscó la autorización pontificia. Hacia 1210, tras recibir a Francisco y a un grupo de once compañeros suyos, el papa Inocencio III aprobó oralmente su modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono.

Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar una orden religiosa, llamada actualmente franciscana o de los franciscanos, en la que pronto se integraría San Antonio de Padua. Además, con la colaboración de Santa Clara, fundó la rama femenina de la orden, las Damas Pobres, más conocidas como las clarisas. Años después, se crearía la orden tercera con el fin de acoger a quienes no podían abandonar sus obligaciones familiares. Hacia 1215, la congregación franciscana se había ya extendido por Italia, Francia y España.

Últimos años

A su regreso, a petición del papa Honorio III, compiló por escrito la regla franciscana, de la que redactó dos versiones (una en 1221 y otra en 1223, aprobada ese mismo año por el papa) y entregó la dirección de la comunidad a Pedro Cattani.

Durante este retiro, San Francisco de Asís recibió los estigmas (las heridas de Cristo en su propio cuerpo); según propio testimonio, ello ocurrió en septiembre de 1224, tras un largo periodo de ayuno y oración. Aquejado de ceguera y fuertes padecimientos, pasó sus dos últimos años en Asís, rodeado del fervor de sus seguidores.

Obras de San Francisco de Asís

Privadas de datos cronológicos, las obras de San Francisco de Asís documentan, no la vida del santo, sino el espíritu y el ideal franciscanos. Gran parte de estos escritos se ha perdido, entre ellos muchas epístolas y la primera de las tres reglas de la orden franciscana (1209 o 1210), que recibió la aprobación oral de Inocencio III. Sí que se conserva la llamada Regla I (en realidad segunda), compuesta en 1221 con la colaboración, por lo que hace referencia a los textos bíblicos, de Fray Cesario de Spira. La Regla II, en realidad tercera (y llamada sellada, puesto que recibió la aprobación pontificia el 29 de noviembre de 1223).

El Cántico de las criaturas

A estas obras, de alta significación espiritual, debe sumarse una que reviste además una gran importancia literaria: el Cántico de las criaturas (Laudes creaturarum o Cántico del hermano Sol), redactado probablemente un año antes de su muerte. Según la leyenda, la escritura de este poema fue un don y el remedio para su avanzada ceguera. Se trata de una plegaria a Dios, escrita en dialecto umbrío y compuesta de 33 versos. La rima repite el mismo modelo estilístico de la prosa latina medieval y de la poesía bíblica, sobre todo el del Cantar de los cantares.

La plegaria, cuyo ritmo lento recuerda los rezos matutinos, es de una extraordinaria belleza. Comienza elogiando la grandeza de Dios y continúa con la belleza y la bondad del sol y los astros, a los que alaba como hermanos; para la humildad del hombre reclama el perdón y la dignidad de la muerte. La maestría poética con que quedó expresado en esta composición el ideal franciscano tuvo importantes consecuencias literarias y religiosas.

José Gregorio Hernández: un santo científico

José Gregorio Hernández Cisneros nació en Isnotú, Venezuela el 26 de octubre de 1864, y era el segundo hijo del matrimonio entre Benigno María Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla
Después de terminar la carrera de medicina en Venezuela, José Gregorio viajó a París con el fin de realizar estudios de especialización que le permitiera perfeccionar ciertas técnicas científicas, y de esta manera pudiera ayudar a que Venezuela se modernizara en el área médica.
Después de volver de Europa, José Gregorio, quien tenía apenas 27 años, fue el encargado de fundar un importante laboratorio en Venezuela, el Centro de los Estudios y Trabajos Científicos Médicos en Histología, Patología, Bacteriología y Fisiología Experimental. A través de su laboratorio, él pudo enseñar a otros científicos y médicos venezolanos las más modernas técnicas del momento y pudo ayudar a la investigación y posterior explicación de las enfermedades más comunes de la época.
Sin embargo, al contrario de la creencia popular, José Gregorio no fue quien introdujo el primer microscopio a Venezuela, pero, cabe destacar que Venezuela no poseía esta tecnología de manera habitual hasta que José Gregorio presentó estos instrumentos al país. Así que, de cierta forma, se podría considerar a José Gregorio como el pionero de los microscopios en Venezuela.
Además de haber sido un gran investigador y un prodigioso médico, lo que caracterizaba a José Gregorio Hernández era la devoción con la que atendía a sus pacientes. Era un hombre sumamente humanitario y caritativo, razón por la cual le era muy fácil sentir empatía por las personas que atendía, hasta el punto de que en ocasiones no cobraba las consultas a sus pacientes cuando ellos no podían hacerlo y hasta les compraba medicamentos, en caso de ser necesario. Por estas razones, incluso en vida, muchos ya lo consideraban un santo.
Desde sus primeros años, José Gregorio mostró una gran devoción hacia el catolicismo, e incluso, aunque encontró su camino en la medicina, sus biógrafos piensan que su verdadera vocación era la sacerdotal. Para 1908, José Gregorio había trasladado a toda su familia a la capital venezolana y ya se había jubilado como profesor universitario, por ende, sentía que ya había cumplido lo suficiente con su familia y su país y decide dedicarse a sí mismo y a la vida religiosa.
Curiosamente, el sacerdote Juan Bautista Castro, quien era arzobispo de Caracas y primado de Venezuela (y también guía espiritual de José Gregorio), le decía que aún podía seguir siendo útil para el campo de la investigación, pero finalmente accede a escribir una recomendación para que José Gregorio pudiese entrar como claustro en la orden San Bruno en la Cartuja de Farneta; sin embargo, debido a las severas reglas y privaciones tan fuertes que se requerían en la orden, José Gregorio enferma severamente y debe volver a Caracas.

Muerte
Cabe destacar que José Gregorio nunca dejó de atender pacientes y de velar por la salud de las personas a su cargo, labor que continuó literalmente hasta el último día de su vida. El 29 de junio de 1919, José Gregorio fue a la misa dominical y luego pasó a ver a algunos enfermos de la parroquia. Poco después del mediodía, José Gregorio se encontraba comprando unas medicinas en una farmacia y fue sorprendido por un auto que iba a 30 km por hora, el auto lo golpeó y el impacto hizo que José Gregorio saliera despedido y golpeara la cabeza contra el filo de la acera, que fue lo que realmente le causó la muerte.
La beatificación del “Médico de los pobres” ha tenido lugar el 30 de abril de 2021, los obispos venezolanos exhortan a no caer en la tentación del desaliento y de la desesperanza, a trabajar por una sociedad llena de justicia, paz y libertad, y piden a Dios la gracia de un nuevo milagro para su canonización.